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Un viaje por el país, el mundo y la medicina

9. Se vienen los tubos y otros sanitarios

Era un día soleado de 1987. Y era primavera, que es cuando las cosas de la vida comienzan.

Había preparado un extraño artefacto mezcla de cañón biónico y arma antidiluviana. Era un tubo de bronce -rezago de la obra en construcción de mi antigua casa- de unos 15 centímetros de largo por una pulgada de diámetro rodeado por una capa de algodón, sobre la cual había otra de plástico. Y encima otra capa de algodón, finalmente rodeada por una película de cinta adhesiva marrón, del tipo de las que se usa para embalar y asegurar cajas de cartón. Recuerdo que miraba esa extraña construcción con mucha expectativa pero bastante desconfianza. Dudé unos instantes pensando que estaba manejando una maniobra bastante más parecida a un delirio que a un experimento, pero al final me pareció que el sólo hecho de haber construido ese adminículo justificaba su uso, aunque más no fuera para suprimir ese loco proyecto de la lista de las cosas posibles.

¿ Qué podría perder completando la función ?  Apenas unos minutos más. Ni siquiera el fracaso de la prueba alteraría en lo más mínimo mi sistema de trabajo, que ya tenía años de prueba.

De manera que me armé de valor, tomé la parafernalia de bronce absurdamente rodeada en mi mano derecha y me dirigí hacia la jaula del canario, ahora sí resuelto a terminar cuanto antes con este absurdo experimento. Estaba solo y lo había previsto, cosa de no alarmar excesivamente a mi familia y evitar algún rápido llamado al neurosiquiátrico más cercano. ¡Era tan difícil explicar lo que estaba por hacer!

El canario estaba tranquilamente parado en uno de los dos travesaños de madera de la jaula y cuando me acerqué alcanzó a dirigirme una mirada estándar, cosa que me alegró infinitamente porque tal indiferencia demostraba que ni sospechaba que sería objeto de un experimento. Habrá pensado que pasaría de largo como siempre, a lo máximo le diría algunas palabras sin importancia o lo miraría en silencio mientras pasaba hacia el comedor.

Pero no fue eso lo que hice. Me paré a dos metros de la jaula, me quedé un momento quieto para no alarmarlo mientras simulaba buscar algo que no estaba en su dirección y luego, lentamente, alcé el tubo y dirigí su extremo abierto ( el otro lado del tubo estaba cerrado con las mismas capas que había utilizado: algodón y plástico) primero vagamente hacia la jaula y luego, con más precisión, hacia donde se encontraba el inocente animalito.

Lo que sucedió a los pocos segundos de apuntarle con el artefacto fue tan impactante que, sin ningún tipo de exageración, podría decir que decidió mi destino: ¡ el canario comenzó a revolotear como loco por toda la jaula, como si lo persiguiera un ejército de gatos a punto de terminar con un ayuno de quince días!

No podía parar: andaba como loco de un lado a otro de la jaula chocando contra los alambres a fuerza de apuro y desesperación. Y yo no podía creer lo que estaba viendo, ya que si bien no tengo ninguna licenciatura en canarios, nunca había visto a uno poseído de esa furia por huir de algo que debía sentir como una especie de tornado dirigido exclusivamente contra él. A los treinta segundos retiré el tubo, preocupado por el destino del canario y suponiendo que su corazón no aguantaría mucho tiempo más semejante exhibición de angustia motriz, pero totalmente incrédulo acerca de la relación entre tubo y reacción.

Sin embargo me quedé bastante sorprendido cuando, segundos después de dejar de apuntarlo con “la cosa” que había construido, el animalito comenzó a tranquilizarse y segundos después volvía a su posición original, si bien observaba con cierta desconfianza en la dirección donde yo me encontraba.

Me dije que todo eso era demasiado loco como para creer en algún mecanismo tipo causa/efecto y entonces decidí dejar pasar unos minutos para hacer una contraprueba, atribuyendo la reacción al temor que podría producirle el acercamiento de un ser humano (sin duda somos una especie de temer) que le apuntaba con algo que bien podía pasar por un arma. No sé -pensé- tal vez nos ha tocado un canario afecto a las series de televisión y se creyó que estaba apuntándole con una pistola...

En esos minutos que tuvo como descanso de un momento tan agitado, aproveché para agenciarme algo que parecía el tubo pero no lo era: se trataba de un rollo de papel higiénico cuyo volumen y apariencia eran muy parecidos a los del instrumento utilizado minutos antes con resultados tan extraordinarios. Entonces repetí exactamente la misma ceremonia: me acerqué despaciosamente, me quedé en espera mirando como bobo en la misma dirección que antes y levanté el nuevo e higiénico artefacto apuntando primero a la jaula y luego al canario. Me quedé en esa delirante posición, como un mosquetero que amenaza a su oponente, esperando que el canario empezara otra vez con su loca carrera por toda la jaula. Pero no pasó absolutamente nada: el pájaro estaba arriba del mismo palo, en la misma posición y con la misma tranquilidad que al comienzo del experimento. Incluso podría jurar que me miraba con un poca de sorna, como diciéndome que no me hiciera ilusiones con un nuevo ataque de locura motriz.

Y bueno -me dije- habrá que dejar pasar otros diez minutos y volver a probar con el tubo de bronce para salir de dudas acerca de toda esta fantasía. Seguramente no pasará nada y todo podrá explicarse por la capacidad del animal para adaptarse a una situación que primero le produce miedo por la pose un poco intimidatoria, y luego acostumbramiento al ver que nada sucede. Todo eso está muy bien -pensaba mientras esperaba lejos del canario- ¿ pero por qué dejó de moverse con tanta evidente agitación luego que dejé de apuntarlo con el tubo de bronce ?

Entonces volví a montar la misma escena con idéntico procedimiento.

A los pocos segundos de insistir con el tubo de bronce y más rápido que en la primera oportunidad ¡el canario se enloqueció nuevamente y tornó a revolotear enloquecidamente por toda la jaula!  Creo que también yo estaba aterrado: no podía creer lo que estaba viendo, eso no podía ser real. No podía admitir que un artefacto tan primitivo como el que había construido -un acumulador de energía orgón hecho de acuerdo a los criterios indicados por Reich- fuera capaz de lograr tales efectos.

Casi está demás contar que, con intervalo de una hora repetí exactamente la misma secuencia y procedí igual al día siguiente, esperando con ansiedad que pasaran las horas. En todas las oportunidades el canario reaccionó con la misma agitada conducta ante el tubo de bronce, y con similar indiferencia cuando lo apuntaba con el símil de cartón y papel. 



Me costó bastante dormir en las noches que sucedieron a esos días, pero al final logré descansar en paz cuando llegué a ciertas conclusiones: una era que la energía que describía Wilhelm Reich existía sin lugar a dudas y que podía concentrarse y utilizarse de acuerdo a sus precisas indicaciones, la segunda conclusión trataba de que Reich era un genio indiscutible y su fantásticos descubrimientos podían cambiar el torcido devenir de la historia humana, mientras que la tercera tenía relación con mi propio destino: estaba tan feliz y conmocionado por los resultados de este experimento que no tuve ninguna duda acerca de que a partir de ese instante dedicaría mi vida a seguir por este camino.

Entonces pude dormir tan bien como espero hacerlo esta noche.

Ese fue el primer acumulador de energía que construí, basado en un artículo del  orgonomista alemán Senf que también conocía a la acupuntura, pero luego siguieron muchos otros de distintos tamaños y materiales. La idea básica era adaptar su uso a la acupuntura, de manera de poder cargar de energía a los puntos más importantes, más que introducir a alguien en el interior de un acumulador, como había hecho Reich. Por eso el diseño en forma tubular y el comienzo de cierta peregrinación por ferreterías y extraños negocios donde pueden conseguirse acero y otros metales. Probé uno conmigo, controlando mi energía con las mediciones antes y después de usarlo por algún tiempo en puntos importantes de acupuntura. Y entonces verifiqué que mi entusiasmo después de la reacción del canario no era exagerado: se había abierto un nuevo camino. 

Comencé a indicarlo a mis relaciones más cercanas y luego a mis pacientes. Y cada uno lo asumió como pudo, porque es muy difícil aceptar que un tubo rodeado con capas de metal y plástico, ubicado durante veinte minutos o media hora a dos centímetros por debajo del ombligo, sea capaz de incrementar la carga energética de quien así lo utiliza. Funciona pero es difícil aceptarlo, porque implica un cambio radical en las concepciones acerca de la vida en general y de la medicina en particular.

Luego diseñé un dispositivo más pequeño, apto para ser utilizado durante varias horas -de acuerdo a la necesidad energética de cada persona- y adherido a la piel con una cinta hipoalergénica. Y más tarde, hace unos cinco años, comenzó la fascinante investigación con el Dor-buster, el tubo que permite extraer energía en las zonas de bloqueo utilizando la fuerte afinidad del agua por la energía, y que también se ubica sobre puntos de acupuntura. Esta historia sigue y se encuentra en pleno desarrollo…

Pero hubiera sido difícil o imposible si no hubiera encontrado a mis buenos amigos de la Fundación de Orgonomía Wilhelm Reich de Buenos Aires, en los cuales encontré un sólido terreno de afinidades. Y especialmente, si no hubiera dado con Federico Navarro, mi maestro de estos últimos años y el más importante continuador de Reich que conozco. Además de su talento para diseñar una metodología diagnóstica y terapéutica -cosa de la cual esta ciencia carecía- Federico es el más profundo entendedor de Reich y su obra. Él tiene una mirada verdaderamente reichiana sobre las cosas de la vida. Aprendí muchísimo de Federico, no sólo a partir de sus libros y clases, sino especialmente a través de nuestra relación personal y la natural comunicación que se estableció entre nosotros. Le estoy profundamente agradecido, ya que su capacidad, interés, experiencia y conocimiento me ayudaron a profundizar esta ya larga investigación sobre la energía con su continuación natural: la articulación de la acupuntura tradicional china con la orgonomía de Reich.

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