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La revolución permanente de Wilhelm Reich

 

 

Cada vez que la historia nos hace el regalo de gestar a un gran revolucionario, el sistema de poder y dominación se las arregla muy bien para neutralizarlo.

Las estrategias son variadas: descrédito, habladurías, “chismes” de lo peor, aislamiento, persecución, quema inquisitorial de sus producciones, juicios inventados con falsas acusaciones, condena, cárcel y muerte. A veces ni siquiera juicios legales, sino lisa y llanamente la ejecución.

Con Wilhelm, perdonen ustedes la familiaridad, no se privaron de nada salvo la ejecución a manos de algún comando de sicarios. Lo demás lo ejecutaron a la perfección, sin que faltara ni un ingrediente de la tácita condena al silencio absoluto. Porque ese era el objetivo: silenciarlo para siempre con la vieja metodología de hacerlo desaparecer de las conciencias y convertirlo en ignorado, en desconocido.

Es bueno advertir que su pensamiento y su obra han devenido, para quienes lo impugnan o lo rechazan (habitualmente sin ninguna demostración), en pura urticaria. Es que produce incomodidad, desasosiego y, especialmente, un grandísimo cuestionamiento a las falsas formas de vida estándar. Un profundo cuestionamiento a varios niveles. A nivel personal, porque mete el dedo en la llaga del acorazamiento y la falta de vitalidad y pasión por la vida. A nivel social porque profundiza en las verdaderas razones de la explotación y la injusticia. Y a nivel antropológico, porque sus desarrollos y conclusiones cuestionan profunda y severamente los fundamentos de la civilización que habitamos, una simple continuación del patriarcado.

De manera que no hay que ser muy sagaz para advertir  las razones de su exilio forzoso.

Su hijo Peter, protagonista de aventuras memorables y compañero de correrías, cuenta muy bien lo que pasó con su padre en Libro de Ensueños:

“Al final estaba tan triste, cuando hablábamos y paseábamos juntos. Era como un hombre que está de pie en lo más alto del mundo mirando hacia un nuevo mundo. Así era papá. Se había elevado tanto que veía sobre el horizonte un nuevo mundo, un mundo libre y feliz. Y allí de pie, sobre el borde del universo, miraba el futuro y cuando se dio vuelta para decir: -Venga, vámonos-, le quitaron la escalera de debajo y lo mataron”.

Lo curioso (y terrible) es que también lo mataron muchos de sus seguidores. Por ejemplo: todos los que se ocuparon de relativizar y disminuir los alcances de su obra eligiendo únicamente el restringido aspecto que les venía bien para sus propios objetivos. Y es así que hay un “Reich terapista corporal” o un “Reich anterior a su expulsión del Partido Comunista” o un “Reich anterior a su expulsión de la Asociación Psicoanalista Internacional”.

Como verán, hay un surtido de Reichs diversos que prestan diferente utilidad. Es cuestión de elegir dentro del generoso menú que ofrece su extensa y vertiginosa obra para servirse el plato que más apetezca, nada más.

Claro que siempre se trata de elecciones y omisiones interesadas, nada ingenuas. Vean, si no, lo que han hecho con él algunas escuelas ubicadas en la amplia pero difusa frontera de las Psicoterapias Corporales: lo han pasteurizado y edulcorado al extremo de transformarlo en un método con ribetes gimnásticos para acceder a la “felicidad personal y lograr buenos orgasmos”. Otros se han inclinado por obviar las investigaciones sobre los biones. O mencionan al orgón como si se tratara solo de una buena idea que ayuda a cerrar encomiables “concepciones energéticas”, pero omiten su realidad física o biofísica, como quieran. O están los que se “asombran demasiado” cuando se enteran que trabajó con el clima y logró modificarlo. Porque es bueno recordarlo: hizo llover y des-llover cuando se lo propuso simplemente haciéndole acupuntura al cielo con su colección de tubos, el cloud-buster.

Pero sabía muy bien que no era ni un dios ni un mago: sus extraordinarios trabajos para influenciar y modificar asuntos climáticos se lograron, simplemente, extendiendo a la atmósfera terrestre sus hallazgos en tierra firme con los humanos y otros animales. O sea: tuvo la osadía de generalizar sus hallazgos y destruir las barreras tan artificiales que construyen las “especialidades” como pequeños feudos del conocimiento. Eso resulta demasiado escandaloso para mentes chiquitas y egoístas, hay que reconocerlo.

Lo asombroso es que también predijo que algunos de sus seguidores harían, en el futuro, exactamente lo que hicieron: contradecir los postulados básicos del creador de esta manera de mirar a la vida y vivirla, que en eso consiste la orgonomía reichiana, después de todo. Puede verse claramente la maniobra, que desgraciadamente resultó eficaz: consiste en decretar la “locura” de Reich cuando uno se encuentra con algún desarrollo reichiano que molesta o no es funcional a los fines del que perpetra ese diagnóstico ominoso.

Entonces sigue la elección dentro del menú: “Reich se volvió loco en 1933” o en 1943 o en 1953. O sea: cuando se puso molesto o incomprensible para los intereses de mi secta. Reich te viene bien antes, pero no después, cuando impugna tu propia mediocridad y te obliga a cambiarte la cabeza y el corazón para poder seguirlo hasta donde anduvo. ¿Hasta dónde anduvo? Muy lejos: es seguro que en su irrefrenable andar llegó muy lejos, “demasiado lejos”. Entonces es más cómodo elegir una etapa de su vida y obra, la que menos comprometa en la necesidad de cambios profundos para cada observador o “seguidor”.

Un logro fenomenal del Pensamiento Funcional que desarrolló consiste, justamente, en mirar la realidad viva tal como es, sin pasarla por la mesa de autopsias y la criba de las especialidades. Y otra, no menor, radica en que la necesaria transformación personal que implica lograrlo, solo es posible si las emociones se sanan, toman el comando, empequeñecen a las corazas y unifican al corazón, al cerebro y a las vísceras.
 

¿Qué tiene Reich para decirnos hoy, ya mismo?

Es importante destacar que el más importante mensaje va destinado a los hombres que habitamos este planeta: a todos y a todas. A la humanidad en su conjunto, suponiendo que tal entelequia exista. Pero en el plano más específico de las ciencias, si es que queremos referirnos a ello, tal “mensaje” es variado y extenso, si uno se atiene a la división tradicional de las disciplinas.

Ya que incursionó en muchas de ellas, su legado científico implica a la física, la astronomía, la meteorología, la biología, la microbiología, la sociología, la politología, la antropología, la ecología, la medicina y la psicología. Y ahora, dentro de esta amplia gama, una breve referencia a ciertos aspectos que hacen a la sociedad, a la política y a la civilización que habitamos y nos habita.

Resulta más-o-menos incomprensible que sus brillantes aportes hayan pasado desapercibidos para sociólogos y políticos. Por ejemplo: la veracidad, simplicidad y profundidad de sus análisis en obras como Psicología de masas del fascismo, Escucha pequeño hombrecito, El asesinato de Cristo y Los hombres y el estado. No debería poder ignorarse a alguien que recuerda que Hitler ocupó su cargo por vía electoral (¡Sí: lo votaron la mayoría de los alemanes!) y logra realizar un valioso vínculo entre sociedad patriarcal, educación autoritaria, represión y abstinencia sexual, fracaso de las existencias y salvaje inclinación a la violencia, la dominación explotadora y la enferma necesidad de poder.

Es bueno recordar que insistía en que cuando alguien fracasa en vivir dentro del amor, el trabajo y el conocimiento y, por lo tanto está imposibilitado de tener una vida sexual y amorosa sana, solo puede recurrir a lo peor para no sentirse del todo fracasado. O sea: a acumular dinero, obtener fama y lograr la mayor cuota posible de poder. Intentos desesperados e infructuosos de lograr algo parecido a la felicidad. Ésta fue la composición básica de la tropa hitleriana, alimentada por el odio racista y una cuota desmesurada de inflexible clasismo. Es obvio que la gran mayoría de sus seguidores no podían acceder al micro-mundo del poder, pero eran capaces de dar su vida apoyando una causa ajena con tal de sentirse protegidos y contenidos, no importa a qué precio.

Exactamente lo mismo ocurre con los feligreses de los distintos credos religiosos, que han tomado por asalto cualquier cosa que suene a trascendente. Ellos también prometen el oro y el moro a quienes los sigan, siempre que renuncien a vivir la vida cómo merece ser vivida: con pasión, con alegría y con alto realismo, sin fantasías estúpidas aptas para admiradores de Heidi o el Pato Donald.

A ninguno de estos, que son legión, podría resultarles tolerable escuchar hablar de Reich a quien, por otra parte, desconocen por completo. De manera que es mejor eliminarlo de las opciones, por si alguien pudiera infectarse con sus ideas y empezara a propagar la epidemia. Y para los que quedan, o sea casi todos, la solución es fácil: hay que construirles la conciencia desde el nacimiento para que, más tarde, acepten “libremente y de buena fe” una variedad de contrato mafioso tipo Fausto: te damos Protección a cambio de tu cuerpo y tu alma, que a ambos les daremos un uso adecuado.

Un verdadero proceso de Clonación de Idiotas. En eso consiste la pomposa Civilización, no importa si antigua o moderna, que lo mismo da.

Porque entonces, intentando mirar las cosas desde afuera de la trampa en que hemos nacido, tratemos de ver objetivamente qué cosas ha logrado esta civilización. Lo que ha logrado de verdad, incluidas la fastuosa cantidad de espejitos con los que engaña, entretiene y distrae.

Ha logrado un inmenso genocidio de humanos, animales y variados seres vivos sin ninguna esperanza de resurrección o trascendencia. Y, básicamente, ha logrado que nacer sea una condena para casi toda la humanidad. Una ceremonia que invariablemente transcurre entre sufrimientos y desgracias, sin posibilidades de cambio. Porque el destino está escrito y es inmutable, como mienten los genetistas del sistema. Entonces nos queda el consuelo de la Democracia, esa forma diluida de patriarcado que suena mejor a los oídos que el Fascismo, que es patriarcado químicamente puro.

Para quien no crea en tonterías como “la ley del eterno progreso”, la verdad está a la vista. La inmensa mayoría de los humanos vive en variadas condiciones de pobreza material y espiritual. Una, otra o las dos. Pero discutir acerca de las proporciones no evita el resultado final. Hasta la carnadura física y geológica del planeta está siendo brutalmente agredida, como todos sabemos.
 

Sobre poderosos y dominadores

No viene mal reflexionar sobre algunos aspectos del Poder. Y no sólo sobre las clases y personas concretas que lo detentan, en cualquier lugar, sino también sobre los lugares del planeta adónde se ha desarrollado con mayor ímpetu y despliegue. Desde estos lugares concretos se ha infectado al resto de la población humana con singular éxito, al menos en los últimos siglos. Son los herederos del patriarcado, el sistema que está construyendo “la realidad” desde hace varios milenios.

Hablo de Europa y también de uno de sus productos dilectos, los Estados Unidos. Ambos funcionan como cuna de la civilización, como ejemplo a seguir y como indiscutibles centros de poder, aunque las cosas parezcan estar cambiando. Y si cambian, lamentablemente pareciera que su poder será compartido o conquistado por otros centros de poder con idéntico pensamiento y línea de acción: mecanismos brutales para apoderarse de todo.

Las aclaraciones a estos dichos son infinitas, pero al menos van dos. Una es que la responsabilidad directa de las aberraciones genocidas y conquistadoras-colonizadoras recae sobre los grupos dirigentes de la civilización dominante y no sobre la gran mayoría de la población que la integra. La otra es que, a lo largo de la historia humana se han delineado dos posiciones básicas: la de culturas pacíficas, militarmente desarmadas, amantes de la paz y favorecedoras del amor y la de culturas violentas, represivas, militarizadas y conquistadoras. Y esto a lo largo y ancho de todo el planeta, sin excepciones. Es el caso de la Vieja Europa del neolítico, arrasada por los kurgan (los verdaderos gestores de esta “civilización”). O la de aztecas e incas comparados con los arawaks, los caribes o los tehuelches de la Patagonia.

Entonces podemos sacar algunas conclusiones:

1.      No hay una sola y predeterminada manera de vida humana. Esta existencia nuestra es, básicamente, una construcción cultural, una forma de vida no diseñada esencialmente por la biología. Es falso que no podemos cambiar: el juego está abierto, es cuestión (como especie) de elegir lo mejor.

2.      Es importante tomar conciencia de lo que han hecho nuestros ancestros en variadas partes del globo. Cuando uno accede a ese conocimiento, también empieza a ser un poco responsable de las atrocidades. Pero es imposible si el cerebro continúa programado y se acepta como natural que las civilizaciones “avanzadas” (¿en qué?) tienen derecho a la conquista de otras con la falsa excusa de “civilizarlas”.

3.      La construcción de estas “sociedades avanzadas” al interior de la “civilización” es un perfecto ejemplo de las teorías reichianas sobre la dominación y sojuzgamiento interno (sociedad de clases) trasladadas al resto de otras culturas por medio de la violencia militar, cultural, política y económica. Las culturas habitadas por seres insatisfechos e infelices propagan su enfermedad al resto de los humanos para sentirse “aliviados” o reconfortados: siempre encontrarán a alguien a quien dominar para sentirse superiores.

4.      El pensamiento reichiano también logra alumbrar una faceta oscura de este asunto, muy relacionada con la anterior. Y es que la necesidad de poder y conquista solo puede tener su origen en una brutal frustración existencial y en la percepción de una notoria inferioridad relacionada con los valores básicos de la vida. De manera que, vistas las cosas así, la necesidad de conquistar y poseer se origina en civilizaciones habitadas por la enfermedad individual y social en gran escala. Y por conductas ferozmente reactivas cuando han topado con culturas donde predominan los valores básicos de la vida: amor, trabajo y conocimiento. Entonces han necesitado destruirlas por no soportar su mera existencia y, para colmo, ¡acusándolas de inferioridad y salvajismo!

 

Dr. Carlos Inza
Buenos Aires, Argentina
Otoño del 2013

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