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Un viaje por el país, el mundo y la medicina

6. Desde Estocolmo a la Ciudad de México

Las únicas imágenes reales que tenía de Suecia antes de llegar eran de ficción: las inolvidables y geniales películas de Ingmar Bergman. ¿Si esas películas tienen algo que ver con la realidad sueca? Tienen que ver con la realidad humana, incluida la sueca. En Suecia pueden hacerse muchísimas cosas menos ponerse a investigar en medicina energética si uno, al mismo tiempo, pasa seis meses mirándose al espejo para tratar de saber quién es y se devana los sesos y se estruja el corazón para entender qué cosa sucedió en su tierra. Pasada esa crisis, verdaderamente energética, Suecia resulta un país bellísimo, habitado por una sociedad que se encuentra ante un desafío histórico: averiguar qué destino le aguarda a los integrantes de la especie homo sapiens  cuando parecen haber llegado al tope de este modelo de evolución y desarrollo humano.

Seguí trabajando en lo mío, empujado por mis propios compañeros de exilio que miraban asombrados cuando les decía que no tenía la menor idea acerca de qué iba a hacer en Suecia. ¿Cómo qué vas a hacer?. Varios me pidieron que les hiciera aplicaciones de acupuntura, la bola circuló tan rápido como en Tamberías o Toay y el resultado fue que en poco tiempo ya me ganaba la vida con mi profesión.

Hay otras historias relacionadas con ese período que no dejan de causarme entre gracia y ternura cuando las recuerdo. Comencé atendiendo en nuestro departamento de Upplands Väsby, en las afueras de Estocolmo, pero el lugar no daba para esa ceremonia debido a la evidente falta de relación entre el tamaño de la habitación y la cantidad de habitantes: nuestros hijos habían aumentado de dos a cinco entre Tamberías y Toay. Entonces Graciela Taddei, una amiga uruguaya, me ofreció el suyo -ubicado en el norte de Estocolmo- para que lo utilizara una vez por semana. Como iba mucha gente y no toda vivía en el norte, otro amigo rebautizado como “el Polaco” me prestó el que habitaba en la zona del centro. No mucho más tarde una pareja de cordobeses ofreció el que tenían en Estocolmo sur: ahora estaban todas las zonas cubiertas. 



Cada uno de estos lugares funcionaba como una especie de peña latinoamericana durante los días de atención: después de la aplicación y mi despedida hasta la próxima sesión, casi nadie se iba. Se quedaban para encontrarse con amigos y la charla colectiva o íntima seguía hasta que terminaba de atender y los respectivos dueños de los departamentos necesitaban usarlos como hacían todos los días. Pero no crean que les era tan fácil hacerlo: la resistencia a terminar con la peña latinoamericana era bastante fuerte. Al principio eran argentinos y uruguayos, pero no tardaron en aparecer chilenos (la población latinoamericana mayoritaria en Suecia después del golpe de 1973), venezolanos, paraguayos, bolivianos, colombianos, mexicanos, guatemaltecos y panameños.

Y después ¡suecos que venían con intérprete porque sabían que yo no hablaba su idioma!   Esto sí que era muy divertido: nunca pensé que podía atender a alguien traductor por medio.  Y después el colmo de lo inesperado: ¡ iban algunos suecos a la sala de espera, no para atenderse, sino para practicar español !

Pero desde el punto de vista de mi carrera de médico investigador y/o periodista haciendo un largo reportaje a la energía, no pude o no quise hacer aportes significativos “a la causa”. La posibilidad de avanzar intentando una respuesta a las últimas cavilaciones en Toay referentes a la investigación de la energía con métodos cuantitativos, quedaría para los tiempos de México. La primera impresión que recibí en el “DF” -como la costumbre y la necesidad burocrática llaman a la Ciudad de México- fue devastadora. Había pasado de un lugar donde se respira aire puro y el espacio es amplio para la gente que lo habita, a otro donde las muchedumbres pueblan las calles y el aire lastima las mucosas con su acritud de smog concentrado.

Realmente habitar en esa ciudad es un aventura peligrosa, pero allí pude desarrollar la mayoría de los proyectos que tenía, más otros que ni soñaba cuando nos mudamos desde Estocolmo a México.

Mis suposiciones de Toay acerca de la posibilidad de estimar la carga eléctrica de los puntos se confirmó en México, país que queda a tiro de Europa, no tan alejado de Oriente y exageradamente cerca de los Estados Unidos. Una de sus ventajas era que se podían conseguir aparatos con cierta facilidad, y la otra que cuando llegamos a México todavía se vivía con la euforia de cierta explosión de desarrollo que también se notaba en los medios universitarios. Para poder lograr cierta legalidad formal en México era necesario tener un trabajo que permitiera insertarse en un largo camino de renovación de visas, lo cual implicaba una suerte de periódica peregrinación a la inefable Secretaría de Gobernación para conseguir o actualizar el famoso “FM”, que no tenía nada de radio ni de música: sus siglas apenas significan Fórmula Migratoria

Después de intentar algo en Medicina (que por suerte no prosperó) mi amigo Oscar Comas me ayudó a “inventar” una materia en la maestría de Biología de la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de México. Era una materia sumamente interesante, sobre un tema que siempre había estado cerca de mis intereses: Endocrinología General y Comparada (no era una idea tan loca porque había trabajado algo en endocrinología, tanto en San Juan como en La Pampa). La cosa viene a cuento porque me permitió volver a estudiar y actualizar fascinantes aspectos del sistema neuroendocrino y la interacción molecular a nivel celular. Pero especialmente me vinculó con el ambiente de los biólogos (que son infinitamente más interesantes que los médicos desde el punto de vista científico) y me facilitó el acceso a la investigación básica, lo cual era imprescindible para mis propósitos.

Allí en México me enteré que mi proyecto de medir los puntos de acupuntura ya había sido desarrollado por dos escuelas diferentes: el sistema Ryodoraku de Japón y la electroacupuntura alemana del Dr. Voll. Más adelante me referiré específicamente a ambos sistemas, que son claves para el desarrollo de la medicina energética, pero por ahora simplemente quiero situar su importancia en el devenir de mi itinerario en la navegación por el Mar de la Energía.

¡ Fueron dos hallazgos fundamentales para mi trabajo !

Antes de enterarme acerca de su existencia, había conseguido en México un aparato denominado Pointer que puede ubicar los puntos de acupuntura detectando zonas de baja resistencia eléctrica en la piel, lo cual es una característica exclusiva de estos puntos. Esto ya era maravilloso porque constituía un gran avance si se lo compara con la presunción o la simple fe acerca de su existencia, aunque la experiencia de su utilización terapéutica no dejara dudas al practicante.

Pero conectarme con la Escuela Ryororaku y conseguir uno de sus aparatos para medir los puntos fue toda una revolución en mi vida, porque con el Tormeter...¡ se pueden medir cuantitativamente los puntos !  Ya no se trataba de “suponer” que la energía de una persona está baja, normal o alta: ¡ ahora se podía demostrar y estudiar con un aparato que había sido diseñado y construido expresamente para este fin !

No sé si puedo llegar a transmitir adecuadamente las importantísimas consecuencias que este simple hecho acarrea, pero puedo asegurar que son fundamentales.

Es como hacer pie en el tema de la energía desde una perspectiva menos discutible que la pura sensación o interpretación subjetiva: si bien los criterios de objetividad de la ciencia comenzaron a revisarse luego de algunos hallazgos de la física moderna, es indudable que contar con sistemas de medición cambia totalmente el futuro de la medicina energética. Esto permite comparar el resultado de las mediciones con la clínica (es lo primero que hice) y evaluar el desarrollo del tratamiento con mediciones de control. Pero una vez que se demuestra la correlación entre clínica y medición, ésta se transforma en un instrumento confiable para ser utilizado en el diagnóstico energético básico de un paciente que comienza su tratamiento.

Otra consecuencia sumamente importante es que pueden hacerse investigaciones estadísticas sobre muchas mediciones, para determinar las características energéticas de la población y de esta manera averiguar si la energía tiene patrones de distribución específicos según el sexo, la edad y otras variables. Esta posibilidad fue desarrollada con el tiempo y sus resultados serán expuestos más adelante.

No hay duda que se vivía una atmósfera bastante especial en el México de fines de los setenta. En claro contraste con el penoso aire que ofrecía la ciudad, existía un ambiente cultural abierto y favorecedor de la creatividad. Gran parte de la colonia argentina trabajaba en la UNAM y otras universidades, y se agrupaba territorialmente en dos o tres conglomerados urbanos del sur de la ciudad como es el caso de la Villa Olímpica, el lugar donde vivíamos y había instalado mi consultorio. Afortunadamente no había espíritu de segregación y sí, en cambio, relaciones personales y grupales bastante fluidas con los habitantes de la Villa, un mosaico integrado por mexicanos y gente de variada nacionalidad y procedencia.

Por otra parte la historia cultural de los mexicanos y la importante presencia que tiene en México la medicina de las hierbas -en la cual han alcanzado un alto grado de desarrollo- más el hecho único en Latinoamérica de existir una carrera oficial de médico homeópata en el DF, jugaban una función inédita en mi experiencia: por primera vez vivía en un lugar donde no existía un prejuicioso rechazo anticipado hacia mi trabajo. Por todas estas razones la Escuela Ryodoraku había instalado en la ciudad de México una sucursal oficial de su escuela japonesa. Por suerte no desperdicié esas condiciones, que difícilmente vuelvan a presentarse. 

Y en ese momento me alegré infinitamente de no estar en mi país, todavía gobernado por una banda de asesinos. No era la única razón: a esa altura ya me había desarraigado bastante, después de vivir en dos provincias y dos países. Y no me parecía tan trágico: como siempre, uno gana algunas cosas y pierde otras, pero las que había ganado empezaban a inclinar la balanza a favor de la diversidad. Es cierto que después que se corta el cordón umbilical con el lugar de origen, es posible desplazarse con mayor libertad por el vasto planeta que habitamos.  Y eso no sólo es muy bueno: también es aconsejable para cualquier humano que pretenda profundizar en el conocimiento de la vida. 

Todo esto pensaba en México mientras decidía los próximos pasos, porque a esa altura ya no me quedaban dudas acerca de mi “destino energético”. Entonces tuve la “suerte” (no creo en la pura suerte, pero sí en la fuerte necesidad de que ocurran algunos hechos) de conocer al Dr. Reinhold Voll, un ya viejo médico rural que había mascullado las mismas ideas que yo, con la diferencia que las había concretado con ayuda de la infalible electrónica alemana. Después de un aparato precursor encontró al ingeniero Pitterling, quien diseño una pequeña joya de la medicina energética: el Dermatrón, un aparato con el cual se pueden medir los puntos de acupuntura. Pero Voll no pensaba sólo en términos de energía: él también necesitaba “arraigarla” a los órganos. Ayudado por sus aparatos y apoyado por varios colegas del hospital regional, logró establecer relaciones estrictas entre los puntos y los órganos. ¡ Otra revolución, porque ahora también era factible formular una diagnosis acerca de la funcionalidad de cada órgano midiendo el punto de acupuntura correspondiente !

Hice dos cursos con Voll aprovechando sus viajes a México: uno en el DF y otro en Guadalajara.

Tenía un tono de viejo profesor dando cátedra, lo cual era admirable, sorprendente y atractivo porque Voll no repetía a nadie: enseñaba y reflexionaba acerca de su propia experiencia, de manera que era todo un maestro y no un simple loro académico.

El esquema docente se repetía inexorablemente: primero una clase teórica con diapositivas en pantalla, puntero en mano y una gran precisión conceptual para unificar las concepciones de la acupuntura y la medicina interna occidental; luego una práctica midiendo los puntos -la escala graduada del aparato podía verse muy aumentada en una pantalla- y por último, una serie de apasionantes disquisiciones clínicas sobre lo obtenido en la medición.

Recuerdo que deseaba que sonriera, cosa que indefectiblemente hacía cuando corroboraba la eficacia de su sistema en algún voluntario que solicitaba durante las clases para hacer una exploración de sus puntos. Ejemplito práctico: si estaba por enseñar el meridiano de corazón, pedía que pasara al frente algún sufriente de ese órgano para demostrar que no estaba sosteniendo pavadas ni sacando conejos de la galera.

¡ Era fantástico ver trabajar a Voll !  Tenía un gesto de gran concentración y determinación cuando medía los puntos del voluntario de turno. Por supuesto que compré el Dermatrón y me devoré las clases y los libros que había escrito, una insufrible colección de datos y puntos cuyo estudio, sin embargo, me producía un éxtasis parecido a las lecturas de Borges.

En ese tiempo escribía una columna sobre salud para la revista mexicana Nexos. Y empecé así una nota: “El hecho de que la Real Academia Sueca no haya otorgado el Premio Nobel a Jorge Luis Borges y al Dr. Reinhold Voll no califica tanto a estos hombres como a quienes se encargan de adjudicar los premios”, para después contar quién era Voll y qué había aportado a la medicina. Le entregué una copia de la nota en Guadalajara, mientras un intérprete se la explicaba en alemán. La boca le tembló un poco, mientras me expresaba su agradecimiento por los merecidos elogios y me obsequiaba con una sonrisa similar a las utilizadas para festejar los aciertos durante las clases, al tiempo que los ojos le brillaban con intensidad.

Estoy infinitamente agradecido a Voll por sus enseñanzas y su fuerte apoyo a mi línea de trabajo, que le conté con detalles esa misma tarde. Simpatizábamos mucho por tener dos afinidades importantes, además de la acupuntura: la medicina rural y el espíritu autodidacta. También su experiencia me facilitó enormemente la solución de un problema que me estaba planteando en los últimos años: ¿qué utilizar como coadyuvante de la acupuntura?  Él también había practicado la alopatía junto con la acupuntura, pero al desarrollar su sistema de medición encontró azarosamente una técnica para evaluar el rendimiento del fármaco elegido interponiéndolo entre el aparato y el electrodo de mano sostenido por el paciente.  

Esto, que ahora se llama Test Farmacológico de Voll, se utiliza para evaluar la eficacia y posible toxicidad de cualquier medicamento factible de ser indicado. Y explica la razón por la cual se inclinó por la homeopatía en reemplazo de la alopatía: los medicamentos homeopáticos demostraban ser tan o más eficaces que los alopáticos en el Test, con la diferencia de que no ocasionaban alteración en los puntos representativos de los órganos que sufren las consecuencias de la intoxicación alopática: riñón, hígado, intestino, piel, etc.

Era lo que necesitaba escuchar para seguir el mismo camino. Mi única duda se relacionaba con la elección entre homeopatía y herboristería, pero la nomenclatura latina universal de los medicamentos homeopáticos y la imposibilidad de saber si las hierbas mexicanas podían conseguirse en otros lugares del planeta, me inclinaron por la homeopatía como forma de “ayudar” a la acupuntura.

Borges y Voll murieron sin haber recibido el famoso Nobel, pero esto es absolutamente irrelevante salvo para marcar una diferencia interesante: el primero es un Nobel-tácito premiado por sus colegas e infinidad de amantes de la literatura, mientras que el segundo es un desconocido en el mundo de “la gran medicina” porque toda su obra ha sido desarrollada al margen del aparato científico-comercial hegemónico. Y por otra parte ¿qué importancia verdadera tiene el premio Nobel ?

En esa época de tanta novedad y cambios importantes en mi trabajo, también estaba muy interesado por la información que podía obtenerse de las mediciones hechas con el téster de Ryodoraku, que resultaban complementarias de las logradas con el Dermatrón. Esas mediciones realizadas en puntos claves de acupuntura podían utilizarse para evaluar la cantidad de energía y su distribución, dos temas fundamentales en el diagnóstico energético. Por otra parte, me parecía que las enseñanzas de la acupuntura tradicional eran demasiado ricas como para dejarlas arrinconadas en algún lugar de la Historia. El problema es que, así como estaban formuladas desde la antigüedad, resultaban inmanejables para estos tiempos y ubicadas dentro de los sistemas médicos vigentes, sólo serían aprovechadas con criterio mecanicista y no energético

De hecho, es esto lo que ocurre con la acupuntura: suele creerse que se trata de un sistema de “botones mágicos” (los puntos) accionados por medio de un adminículo que funciona como una especie de “aspirina de acero inoxidable” (las agujas).  Había que encontrar una manera de devolver a la acupuntura todo su potencial y abrirle las puertas para una incursión en el futuro: así como es imposible separar a Reich de las psicoterapias “corporales” o ligadas al concepto de bio-energía, lo mismo ocurre con la acupuntura si se habla de medicina energética. El problema es que la acupuntura es demasiado compleja y no resulta fácil simplificarla, tornarla manejable. Quizás èsa sea la razón por la cual se la aplica con tanta superficialidad sintomática, aunque no deja de tener su aspecto positivo, porque al menos se la utiliza. Y además sus efectos suelen  ser tan beneficiosos y su eficacia tan notoria para la persona (y no sólo para el síntoma), que aún mal practicada puede funcionar: la acupuntura es tan buena que parece hecha a prueba de incompetentes y tarados.

Ahora tenía números, gracias a los aparatos de medición, y había que hacer algo con ellos. ¿Pero qué?  Entonces recordé un sabio consejo de los maestros que desarrollaron esta ciencia en la antigua china: “Si quieres estar actualizado, vuelve a estudiar los textos más antiguos”

¡ Una reflexión muy china: paradójica, profunda y adecuada a mi propósito !

Conseguí los mejores libros empezando por el Nei Ching - la Biblia de la acupuntura que recién se editaba en español- y me iba todos los miércoles al barcito del Ajusco, un cerro cercano donde podía estar varias horas por encima del smog y las cosas me parecían más claras. Cada vez que subía y bajaba, veía la horrenda nube ocre del smog y me preguntaba cómo diablos podía estar viviendo allí adentro: ese lugar parecía devastado por algo así como una bomba atómica crónica.

Después de revisar una buena cantidad de material, logré una síntesis de las leyes fundamentales de la acupuntura, pero había un problema: la única manera de obtenerlas a partir de los números que me daba la medición, era por medio de un programa de computación, ya que el asunto era bastante complicado. Y sacar los resultados con una calculadora sólo podía ser útil para testear la idea, pero no para aplicarla con un paciente esperando el resultado.

Toda esta operación era bastante insólita para mí, que había sido un militante activo contra las ciencias exactas durante la secundaria (me sentía hasta orgulloso de “haberme ido” rutinariamente a diciembre o marzo en todas ellas) y me había prometido que nunca más volvería a verlas. Pero estaba equivocado: más tarde me anoté en el curso de ingreso a medicina, y aquí me tocaron otra vez matemáticas, física y química. Cuando lo aprobé dije: nunca más. Pero no sabía cuán equivocado seguiría estando: después tuve que rendir Química Biológica (una verdadera pesadilla capaz de deshacer la más sólida de las vocaciones) y Física Biológica (una farsa de materia, lamentablemente). Aquí también volví a decir: nunca más. Y volví a equivocarme: ahora trabajo con análisis estadístico e investigo en biofísica de la energía.

Bueno, el asunto es que no sabía qué cosa hacer con los números, de manera que empecé a estudiar un poco de matemáticas, especialmente estadística porque me era indispensable para hacer la prueba con una calculadora y después intentar con la computación. La prueba con una calculadora científica funcionó: los datos eran muy valiosos, tanto para la práctica clínica como para la investigación. Además algunos de mis pacientes estaban en el tema y me empujaban hacia la computación contándome la explosión que estaba por ocurrir con la informática: tenían razón pero creo que hasta se quedaron cortos en sus previsiones.

Entonces me embarqué en esa nueva aventura, a comienzos de 1982. ¡Casi nadie tenía una computadora en aquel momento! Un alumno de la maestría logró pasarla desde Estados Unidos con el sigilo correspondiente: era la primera computadora portátil, la Osborne, y sólo tenía 64K de memoria al igual que las históricas Commodore 64 de uso familiar. Prácticamente nada, si se las compara con las actuales, pero para mi investigación constituyó una línea divisoria: las cosas empezaron a ser antes y después de la computadora. Recuerdo que fui a buscarla a la casa de mi alumno y la tomé como quien amarra a un animal salvaje potencialmente peligroso: ella expresaba un lenguaje que hasta ese momento yo rechazaba con entusiasmo e ignorancia. Era meterse con otra variedad del conocimiento, y además manejarla no era tan fácil como hacerlo con ésta en la que estoy escribiendo ahora: sólo para prenderlas y entender los primeros mensajes había que ponerse a estudiar. 

La cosa era realmente complicada y más de una vez pensé que me había metido en un camino equivocado, pero finalmente el tiempo le dio la razón a mi primera intuición. Tenía tanto entusiasmo con mis proyectos que eso me ayudó a dar el salto indispensable para superar los prejuicios que el acceso a la computación desata en mucha gente de mi generación, que la sienten como un frío e implacable enemigo. Al poco tiempo de comenzar “con ella”, me di cuenta que esos prejuicios estaban groseramente equivocados en cuanta a la supuesta falta de creatividad que encarna el mundo de la informática. Es exactamente su inversa: justamente la fácil solución de problemas que demandan una gran cantidad de tedioso esfuerzo, es lo que hace de la computadora un gran aliado de la creatividad. Si uno tiene posibilidades creativas las puede ejercer gracias a que utiliza mucho menos tiempo en las tareas “mecánicas”: para eso están las computadoras, que ahora también ayudan directamente a crear.

Pero si no se tiene absolutamente nada de creativo, también es mejor aprender a utilizarlas, porque entonces podrá encontrarse un buen aliado para adornar la falta de imaginación.

Fue entonces que encontré a la persona justa en el momento adecuado: José Amozurrutia era un paciente mío, uno de los tantos a los que conté mi proyecto. Pero José tenía varias características que excepcionalmente se encuentran juntas: ingeniero experto en varios lenguajes de programación, músico, lector enamorado de Borges, inteligente, intuitivo...y excelente persona. Era inevitable: se ofreció a escribir el programa (que yo ya tenía diseñado) en lenguaje Basic, el más adecuado para la tecnología disponible. Era evidente que José estaba militando en la causa energética cuando se ofreció porque no me quiso cobrar, apenas propuso un canje con el tratamiento que estábamos haciendo. 

Durante varios meses estuvimos reuniéndonos una o dos veces por semana a la noche, en mi consultorio, para trabajar con este proyecto, que tenía diversas variantes opcionales para procesar los resultados y un formato de impresión. Así nació el Diagnos, el programa que interpreta las cifras de la medición electrónica de los puntos en función de las leyes básicas de la acupuntura tradicional china. Nunca voy a estar suficientemente agradecido a mi amigo José por su generosidad, compromiso y solidaridad para con este proyecto de investigación en el Mar de la Energía. A partir del Diagnos todo fue diferente: podía estudiar la energía de mis pacientes con el téster y el programa, una combinación ideal que en poco tiempo me suministraba información clave para hacer el diagnóstico y decidir el tratamiento más adecuado. También podía comparar distintas mediciones para estudiar la evolución de mis pacientes, gracias a una herramienta que al poco tiempo de ser utilizada se convirtió en insustituible: quince años después sigo utilizando la misma metodología, aunque algunas cosas hayan cambiado.

sigue a 7. ¡Hola, Wilhelm Reich!
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