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Un viaje por el país, el mundo y la medicina

3. Acupuntura y medicina rural

Me fui de Buenos Aires sin terminar, siquiera, el curso de acupuntura que había empezado en la Sociedad Argentina de Acupuntura durante 1972. El comienzo del aprendizaje y la lectura del libro de David Sussman (a quien entrevisté como periodista y debo en gran parte mi elección por la acupuntura) me tenían atrapado en una extraña situación donde se combinaban atracción, desconfianza, curiosidad y necesidad de intentar la experiencia: una típica historia de amor en sus comienzos.

Había hecho algunas pruebas con familiares, amigos y compañeros de la redacción: todos aceptaban para darme una chance de practicar (y por curiosidad), pero era visible que hubieran preferido huir. En cambio Tamberías se presentaba como una oportunidad ideal para “probar” a la acupuntura. Esto pensaba yo en un ataque de soberbia típicamente occidental, porque en realidad la acupuntura está sobradamente “probadita”: tiene una gloriosa historia de aproximadamente tres mil años. Pero bueno, para mí era historia que recién empezaba y necesitaba saber lo que era capaz de lograr. Y para eso contaba con una gran ventaja que luego se repetiría en Toay, La Pampa: en mi condición de solitario médico a cargo del hospital podría elegir en qué casos y situaciones habría de utilizarla. Salvo en Tamberías y Toay nunca más habría de repetir una experiencia de esta categoría comprobatoria. Los libros aseguraban que era útil en infinidad de situaciones y cuadros clínicos que difícilmente llegan a un consultorio particular, ya sea por desconocimiento de su potencial eficacia o por el tipo de riesgo que implica el estado del paciente.

La acupuntura debutó oficialmente en Tamberías a la semana de llegar y con don José, un criollo que se había esguinzado el tobillo derecho al caerse del caballo. Recuerdo bien que era el tobillo derecho porque utilicé una técnica consistente en poner las agujas del lado opuesto a la lesión: en este caso era mejor trabajar sobre el lado izquierdo, ya que el derecho se encontraba excesivamente edematizado. Lo que sucedió fue bastante gracioso: cuando estaba por poner la segunda aguja don José emite el típico carraspeo de quien quiere decir algo pero no se anima. Pensando que había algo que molestaba a mi paciente detuve la colocación de las agujas y le pregunté qué ocurría. Entonces levantando la vista con un poco de vergüenza y casi musitando me dice: “Disculpe, doctor...” y se interrumpe. “¿Qué ocurre, don José, se siente mal?” (Hay personas que no pueden siquiera soportar la idea de una aguja). “No, doctor -me dice- es que me da no sé qué decirle que el tobillo que tengo jodido es el derecho...”

Entonces le expliqué porqué las ponía del otro lado y nos reímos.

Vaya a saber qué cosas habrá dicho por ahí mi primer paciente de acupuntura, pero parece que la noticia corrió por el pueblo casi tan rápido como la de una desgracia, de manera que a la semana siguiente ya venía gente para conocer “al doctor de las agujas”.

Ahora casi todos saben que la acupuntura es muy eficaz para los problemas articulares, pero ¿quién hubiera apostado a que podía parar una metrorragia, la hemorragia del útero?  Así vino Josefa al hospital: sangrando de su matriz por enésima vez, según decía su historia clínica. Entonces me dije “vamos a ver ahora, sabios chinos, a ver si esto es como lo pintan”. Hice internar a Josefa en la pequeña salita de ocho camas y le dije a las enfermeras que tuvieran preparado el tratamiento estándar pero me esperaran antes de aplicarlo. Consulté el libro de Sussman, anoté los puntos y técnica correspondiente y me fui con las agujas decidido a poner límite a tanta pretensión oriental, aunque deseando que funcionara porque mucho menos podía soportar la soberbia occidental, que es la que mejor conocía. Puse las agujas en las manos y en el lado interno de ambas piernas, por encima de los tobillos, y después me dediqué a esperar con una ansiedad sólo igualada por el espanto de mis enfermeras. ¡A los diez minutos la hemorragia empezó a disminuir y a los veinte había cesado!  Saqué las agujas con la indiferencia de quien acaba de hacer un mero trámite burocrático en su edición número mil, saludé a la amable concurrencia...¡y me fui a mi casa a brindar por la acupuntura!

Esto era mucho más que la irresponsable suerte del principiante: simplemente los chinos habían descubierto algo genial y en ese momento me di cuenta que nunca me separaría de ese camino gracias a Josefa y su metrorragia. ¡ La acupuntura era una verdadera bomba para la concepción médica occidental y la conclusión era obvia: si su práctica era tan increíblemente eficiente, los principios teóricos que la sustentaban también debían serlo ! Esto sucedió hace veintiocho años, y luego de este acontecimiento nunca pensé en cambiar de rumbo si no más bien en profundizarlo, cosa que he tratado de hacer allí adonde mi barquito me ha llevado: todos los puertos me han visto llegar con las agujas a bordo y en ningún lugar he bajado a tierra sin llevarlas conmigo. Con el tiempo el equipaje se fue complicando, ya que aparecieron aparatos y equipos diversos pero con la misma idea básica: la medicina basada en la energía es esencialmente correcta, describe con profundidad las causas de las enfermedades y las trata con cuidadosa inteligencia.

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