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Programa Azul

7. Metodología

¿Cómo se logran estos objetivos? Hay variadas maneras de trabajarlos, y este programa no intenta ser la única ni la mejor manera de lograrlos, pero es un camino…

Las necesidades personales pueden requerir otros abordajes complementarios del aquí propuesto, como la medicina o la psicología energéticas. Pero ahora nos interesa el método que proponemos. Consiste en una combinación de trabajo individual y grupal.

La tarea grupal, a la vez, tiene dos momentos: el primero es la etapa de aprendizaje del programa, el segundo es su función de repaso y refuerzo constantes para ejercitarlo.

La primera etapa demanda tres o cuatro meses, según las características de cada grupo en cuestión, pero la segunda no tiene un límite definido porque ya depende de la necesidad personal, más que grupal.

En ese momento -el de la ejercitación una vez lograda cierta capacitación- el grupo está pensado como continente válido para sostener la práctica, pero también como fase de crecimiento que tal vez requiera de un segundo nivel, más avanzado, a medida que avanza la práctica. En todos los casos, se trata de lograr un avance parejo, solidario, sin espíritu de competencia pero respetando la necesidad y la capacidad individual. A diferencia de esos horribles equipos que manejan de manera centralizada la calefacción por losa radiante (y como consecuencia algunos pasarán frío y otros demasiado calor) es importante que cada uno despliegue su capacidad psicofísica sin ataduras, pero también sin competir porque el objetivo es común a todos los participantes.

La frecuencia de los encuentros es semanal y con una duración de dos horas, tanto para la primera como para la segunda fase, no cual no invalida la posibilidad de consultas telefónicas cuando se encuentren obstáculos para desarrollar los distintos trabajos.

Con el tiempo, los participantes se van liberando de las ataduras y vuelven al trabajo grupal las veces que consideren necesario hacerlo.

Pero fácil y libre; cada uno explorará sus posibilidades y necesidades, no hay un objetivo categórico para nadie. Seguramente se avanzará más en algunas áreas del programa que en otras, y esto es absolutamente natural y sencillo de entender, ya que las afinidades son diversas, como las personas. Y somos “singularmente parecidos”, como quería Borges, como las hojas de estos árboles.

 

 

                                                                                              Agosto 25 de 1999

 

Hubo algunos días de mar y amagos de tormenta, de ésos donde el cielo ennegrece y parece que caerán cascotes, sapos y culebras. Pero sólo llovió durante algunas horas y luego salió el sol. Y la escena se iluminó nuevamente, porque cuando el sol sale la tierra se ilumina. ¿Cuál es la magia del mar? ¿Por qué sigue hipnotizando a los hombres, a veces hasta dejarlos maravillosamente heridos y silenciosos a sus orillas? ¿Cómo es que ejerce una fascinación parecida a la del fuego, su antiguo rival?

La alta montaña produce cierto empequeñecimiento, deslumbra por pura grandeza indiscutible. Ambos milagros naturales nos ayudan a ponernos en nuestro lugar, que no es ni tanto ni tampoco. Si nos hacen sentir demasiado pequeños sólo es por error: habíamos creído estar demasiado altos y la fuerza del impacto puede ser brutal.

Pero el mar tiene un ritmo, el de las olas, que tenemos incorporado en nuestra matriz funcional ya que el corazón es una buena copia del oleaje, con sus sístoles y diástoles que transportan la buena nueva de la vida a los confines del organismo. Y especialmente, en algún lugar muy profundo debemos sentir algo que ahora sabemos: que la vida procede del mar. De manera que la contemplación silenciosa es un homenaje, pero también la posibilidad de entrar en sintonía con nuestros orígenes más arcaicos: un día salimos del mar vía anfibios y aquí estamos.

Nos sentiríamos honrados si el Programa Azul lograra un ambiente funcional como de estar asombrado en la playa, mirando con cara un poco boba ( el mar no necesita que le andemos demostrando nuestra inteligencia). Allí hay mucha vida. Y nosotros sólo somos algunos vivientes más que nos asomamos a ese misterio con gratitud y veneración.

La muestra de la grandeza y del poder del mar es que suele sumirnos en la contemplación silenciosa que acalla el vértigo loco de la mente desbocada, pero también produce esta necesidad de movernos y aquietarnos alternadamente, una prueba inequívoca de su verdad.

 

La montaña termina produciendo lo mismo, aunque con otro sistema. Porque hay un sistema mar y otro sistema montaña.

La exuberante aventura de andar en la montaña tiene los ingredientes necesarios para convertirse en la síntesis de un estilo de vida cuya calidad está muy lejos de poder adquirirse en los escaparates de un súper o en los negocios de un shopping. De una manera sencilla pero harto elocuente, pone en práctica valores profundamente humanos cuya carencia transforma a la sociedad en un gigantesco circo romano donde no existen ni solidaridad ni poesía y, mucho menos, esa especie de "sentimiento épico" sin el cual la vida se transforma en un espectáculo de cuarta categoría: gris mediocridad, indiferencia emocional, crudo egoísmo, profunda superficialidad. Podría decirse que esta forma de existir se caracteriza por su falta de miras elevadas. ¡ Todo lo contrario de lo que ocurre en la montaña, donde la mira está muy alta en todos los sentidos posibles !

Cualquiera que haya hecho un poco de campamento y una fracción de montaña sabe hasta dónde se juegan allí, enteramente, los mejores valores de la especie: el deslumbramiento de los sentidos, la percepción emocionante de la belleza, la marcha solidaria donde el objetivo es llegar juntos y respetar los tiempos de los más lentos, la ilusión de llegar tan alto como se pueda. Pero esta esperanza forma personas que, paradójicamente, se transforman en el reverso del actual "triunfador": se asciende para no ser un trepador. Se persiste en el esfuerzo (a veces en la montaña se sigue más con el corazón que con las piernas), porque éste no es parte de ningún ascetismo de pura renuncia: la alegría de llegar es premio suficiente y generoso. La valiente exploración de los límites personales es ampliamente satisfecha por la verificación de que uno podía bastante más de lo que suponía antes del ascenso. Y de paso se pueden ver las cosas desde semejante altura, lugar donde los acontecimientos de la vida cotidiana tienden a ponerse en su sitio y se tiene la chance de reubicarlos en mejor lugar.

Es claro que en esa aventura hay cierto paralelismo entre la trepada física y el ascenso a lo mejor de uno mismo: de otra manera son difíciles de explicar la limpidez de la mirada y la serena alegría que permanecen después del descenso.

Queremos un poco de mar y otro poco de montaña en la vida de todos los días. Un poco de profundo silencio y quietud. Y otro poco de movimiento inteligente, sensitivo. Queremos crear la condición para que crezca y se manifieste nuestro lado luminoso, aunque sin pretender la falsa utopía de que esto arrasará con la porción de oscuridad que también nos constituye. La vida es las dos cosas. Y aquí, simplemente, estamos discutiendo el porcentaje de cada una.

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